“Si uno pudiera ser un piel roja siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento… hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hace falta riendas…” (Kafka)
El otoño se despliega ante mis ojos, lujurioso, lo miro, lo huelo, lo encuadro por delante…
...y por detrás.

Los galgos son elegantes tímidos y asustadizos. Muchos cazadores españoles los ahorcan cuando ya no son útiles para la caza o los abandonan. La mayoría de los que vemos en las ciudades son rescatados.
Gato, se llama éste tan lindo.
Y mira por donde me encuentro a “Gato con botas” posando otoñal mientras me cuenta milongas de futuros Reinos y me nombra marquesa de Carabás.
(Miente como una bellaca, soy un gato callejero del parque del Retiro disfrazado y fotomontado en el Paseo del Prado)
Recojo del suelo restos de un almuerzo infantil para atraer a los pájaros. Coloco la cámara a su altura yfantaseo divertida con que ellos nos vean así de diminutos.
Podría ser, ellos pueden volar.
Podría ser, ellos pueden volar.
Me río pensando en las personas que les tienen tanta manía a las palomas, si vieran la de mi foto…
-Eh, tú, la de la cámara, tira un poco de pan aquí, ¡¡¡AQUÍ!! ¿Me ves?
-Tienes una luz horrorosa, pajarillo, pero estás tan mono… clic.

Cuando el músico acaba su interpretación, el niño le ofrece dos cacahuetes con cáscara. El artista declina la oferta y sonríe.
-Es que no tengo dinero- se excusa el chaval.

El hombre de negro parece salido de un cómic, corre hacía la estación de Atocha. Hago dos fotos antes de perderlo de vista, me fijo en que tiene las manos pequeñas…aunque mide dos metros.

Me siento una piel roja cuando salgo con la cámara a explorar el territorio que, como todos los Paraísos que no se esfuman, está a la vuelta de la esquina.
Entre ida y vuelta del Paseo, una retrospectiva de Kandinsky. Un poco cara para mi economía de guerra, pero después de bailar la danza de la lluvia, compro el ticket sin perder mi espíritu de las praderas.¡Hao!